Gabriel Ordóñez Nieto
En una corta reflexión publicada en las redes he sugerido que no tenemos país, entendido este como el conjunto de elementos que lo integran y se muestran en plenitud en Alemania, Suecia o Dinamarca, por ejemplo. El alza de los precios de los combustibles desató una serie de reacciones que rebasaron los límites de la protesta civilizada. No deseo utilizar más epítetos pues, se han mencionado muchos tanto en los pronunciamientos de la prensa hablada o escrita como en los publicados en las redes sociales.
Los hechos conocidos por todos pueden agruparse de distintas maneras según la orilla en la que se ubiquen los observadores. Mientras para los adueñados de la defensa de todos los ecuatorianos se justifican debido al impacto que las medidas tendrían en la calidad de vida, sobre todo, de los sectores más pobres y vulnerables para otros, son condenables los ataques perpetrados contra los bienes públicos y privados especialmente los que causaron heridas y daños irreparables en los bienes patrimoniales del país y de la humanidad. Algunos indolentes, alineados con el activismo político de la autodenominada revolución ciudadana, creen que el fin justifica los medios y no importa que se cometan actos de “lesa nación” de “lesa patria” con tal de lograr el retorno de las mentes lúcidas para retorcer las leyes y llevar al país por los atajos, revestidos de legalidad, del atraco y la corrupción; de los corazones ardientes de vanidad y cinismo y de las manos limpias ansiosas de empuñar lo que sea (dólares, cuarteles, documentos) con tal de desestabilizar la república.
Las posturas de lado y lado son tan, pero tan. Intransigentes, que les resulta imposible mirar la realidad. Miran ángeles donde hay diablos, miran represión donde hay defensa propia y defensa de las instituciones, miran brutalidad donde hay respuesta a provocaciones mutuas, miran violación de derechos cuando se evitan robos con violencia y se dispersan incendiarios. Se presume sin más insurgencia donde hay inequidad y angustia. La verbalización de los extremismos exacerba, según las conveniencias, la realidad desgarradora de las imágenes: ciudadanos, policías y militares apaleados, retenidos, secuestrados, heridos o quemados. Autoridades y dirigentes vejados.
La constitución y las leyes violentadas de modo inmisericorde no sirven de nada y para nada. Cuando alguien pretende aplicarlas es acusado ipso facto de autoritario o el infractor se declara perseguido y continúa su carrera política como inocente.
Preocupa y mucho el uso violento, cuando no alarmista y falso, de la palabra en las redes sociales escenarios de intercambio de acusaciones cargadas de perversas intenciones. Se abusa de la ingenuidad de millares de internautas que se encargan de propalar lo que sea sin una verificación mínima o sin medir las consecuencias de sus clics. Otros desde el anonimato denuestan a opositores, discapacitados y personas que solo piensan diferente. Así es imposible aportar desde estos medios en favor de la construcción de un país.
La palabra en labios de farsantes alborota masas pues resulta muy fácil, desde las alturas del poder o desde el fondo de las dirigencias deshonestas y falaces, lanzar expresiones insultantes o incendiarias y salir, casi de inmediato, a desdecirse pese a la existencia de pruebas fehacientes o escudado en una sonrisa llena de hipocresía asegurar que se han tergiversado o sacado de contexto sus afirmaciones.
Muchos de estos figurables carecen de modestia cívica y pretenden en el futuro inmediato conducir el destino de la república como si fuera una tarea para inexpertos y carentes de formación en disciplinas como la economía, la sociología, el derecho y la misma política sin dejar de exhibir una ética y una hoja de servicios intachables.
Para tener elecciones libres y participativas es tarea de todos preservar una democracia vigorosa y sana, solo ahí podrán poner a consideración del pueblo sus planes y programas y en caso de ganarlas ponerlos en práctica.
En medio de estas contradicciones están más de 200 organizaciones políticas pugnando por alcanzar espacios de poder sin presentar programas orientados a rescatar la economía, favorecer el desarrollo sostenible de la sociedad en su conjunto con planes concretos para salud y educación de calidad en todos los niveles y en todas las regiones, sin descuidar las otras actividades que son responsabilidad del estado. Estas organizaciones minúsculas buscan jalar para su lado y así resulta imposible encauzar un país por el bienestar y el progreso porque para esto se requiere el esfuerzo generoso y concertado de todos.
¿Tenemos país? La respuesta obvia es no tenemos país porque no basta tener una geografía hermosa, una tierra feraz y una biodiversidad envidiable. Hace falta superar los regionalismos, las naciones diminutas, las confrontaciones diarias, las ambiciones desmedidas y las contradicciones evidentes con el ánimo de transitar, a partir de aquí y a partir de ahora, con la inteligencia necesaria para aceptar y manejar las ideas y emociones en un clima de tolerancia y respeto a todas las personas, al ambiente, al ordenamiento jurídico y acuerdos mínimos e inviolables en materia educativa, en economía y salud para lograr un desarrollo justo y equitativo para todos los ecuatorianos.
No sería objetivo pasar por alto la destacada y humanitaria actuación del personal de salud que puso en evidencia la solidaridad y respeto por la vida humana a costa de su propia seguridad. Al sector salud se le debe valorar con lo que ha demostrado antes, durante y después del conflicto. Se debe dialogar con ellos, escuchar, atender sus atendibles demandas y preferirlos a la hora de ocupar plazas de trabajo en las instituciones. No es una petición xenofóbica, es justa, muy justa.
Los pueblos alzados en armas jamás alcanzarán la prosperidad
(Nelson Mandela)
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