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LA ESCRITURA, LA PALABRA Y LA MEDICINA



PEDRO ISAAC BARREIRO



PEDRO ISAAC BARREIRO

Doctor en Medicina y Cirugía

Maestro en Salud Pública

 





La escritura, como símbolo perdurable del lenguaje, es considerada como “la invención de las invenciones,¹ una de las manifestaciones más elevadas de la evolución del cerebro humano. Con su aparición, hace miles de años, y gracias a su interminable proceso de perfeccionamiento, ha contribuido al entendimiento entre los seres humanos y a la construcción de un pensamiento universal cada vez más poderoso, en procura de la paz y del bien común que tan lejanos nos parecen en estos días.

 

Ni la ubicación geográfica de los pueblos, ni la diversidad de sus lenguas constituyeron un obstáculo para que, progresivamente, y a través de sencillas representaciones gráficas, pudieran quedar plasmadas para siempre, las ideas, el pensamiento, las realidades o las dolencias de un conglomerado humano. Los rudimentarios dibujos iniciales fueron transformándose, a través de los siglos, en estilizados signos gráficos de elevado contenido simbólico, hasta llegar a representar, no solamente el pensamiento de un individuo o de un grupo humano, sino hasta cada uno de los sonidos que individualizan el lenguaje de una población específica. Se logró así algo que pudiera parecer imposible: graficar el sonido, es decir, la palabra, y con ella, perennizar su significado.

 

La capacidad de manifestar nuestros pensamientos con nuestra voz, es decir con palabras, se expande y se enriquece cuando, además, podemos escribir esas palabras, y más aún, cuando también podemos  difundirlas para compartir nuestros conocimientos, nuestras aspiraciones, sentimientos, realidades y desencantos, puesto que independientemente de nuestro origen, de nuestra formación o de nuestra ideología, los seres humanos tenemos necesidad de comunicarnos con los demás -y aún con nosotros mismos-, para reforzar nuestra identidad como personas y como profesionales de una colectividad.

 

Escribo esto porque muy a menudo, me preocupa el desamparo que un paciente o el familiar de un paciente experimenta cuando, en un consultorio o en la sala de un hospital, accidentalmente escucha una conversación entre dos o más médicos. Ese desamparo se transforma en angustia cuando intuye o sabe que están hablando de él o de su pariente, de su estado de salud o de su enfermedad, y no solamente no comprende casi nada de lo que dicen, sino que ni siquiera se atreve a preguntarlo porque no encuentra las palabras para hacerlo.

 

He creído necesario hacer esa reflexión porque cuando se nos pierden las palabras, se pierde también la posibilidad de identificar, describir o, al menos, darle un nombre a lo que nos está pasando. Es entonces cuando aparece el temor, y a continuación el miedo empieza a enseñorearse en los intrincados mecanismos de nuestros pensamientos, pues no existe nada más tenebroso que aquello que no tiene nombre, es decir, lo innombrable. Por eso para un médico -al menos para mí- no hay desafío más grande que tratar de aliviar a un paciente que lo primero que nos dice es: ¡doctor, no sé lo que me pasa!¹ porque en la búsqueda de las palabras que nos ayudan a explicar al paciente lo que pensamos, cada médico tiene una respuesta muy personal ante una situación similar. Y es muy probable que su imaginación sea un elemento presente en la mayoría sus respuestas, pues la imaginación fecunda hace al hombre más libre, más grande y más humano. Y esas respuestas añaden un poco más de vida a nuestro paciente y a nuestra propia vida al ayudarnos a conocernos y a descubrir y disfrutar la magia, el poder y el sabor que cada palabra encierra.

 

Las palabras nos ayudan a mejorar nuestra capacidad para comunicarnos con los demás, es decir para entender a los demás, y a nosotros mismos. Y como médicos nos permiten acercarnos un poco más al resto de seres humanos que, en todas las épocas y en todas las latitudes, nos ubican en un estrato superior de la organización social porque intentamos no solamente combatir la enfermedad y la muerte, sino, y sobre todo, aliviar el dolor y el sufrimiento que ellas causan.

 

Hoy que disponemos de un inacabado pero inmenso conocimiento acerca del organismo humano, de su funcionamiento y de sus desajustes tanto orgánicos como mentales; hoy que el avance irreversible de la tecnología nos permite llegar, con fines diagnósticos o terapéuticos, a lugares y estructuras de nuestro cuerpo hasta hace poco inaccesibles; hoy que el desarrollo de la farmacología ha inundado no sólo el mercado sino la mente de profesionales y pacientes con medicamentos, algunos engañosamente maravillosos; hoy, paradójicamente, parece haberse incrementado la frustración y el sufrimiento individual y colectivo en todo el planeta. Y para atenuar el sufrimiento -no el dolor- no existe nada mejor que la palabra. La palabra del terapeuta. La palabra del doctor, administrada, igual que un medicamento, en el momento oportuno, en las dosis adecuadas, durante el tiempo que sea necesario.

 

Este artículo está hecho precisamente con palabras. Con nuestras palabras de médicos, de seres humanos que creemos firmemente que ellas refrescan un poco nuestras mentes, refuerzan nuestra indispensable capacidad de comunicarnos, y corroboran un viejo y universal aforismo que sostiene que la medicina es no solo ciencia, sino también arte. Esta publicación, este Noticiero Médico es una prueba de ello.

 

Los profesionales de la salud trabajamos para compartir nuestro mundo con otros seres humanos, para tender puentes hacia ellos, y también para mejorar nuestro destino. Y para lograrlo, para entendernos, para alcanzar nuestros más elevados propósitos humanísticos, es necesario, es indispensable hablar, decir, escribir. Por eso es tan importante cuidar nuestro idioma, porque con él pensamos; y si lo usamos mal, pensamos mal.² En resumen, creo que nada es posible donde faltan las palabras. Y, en sentido inverso, que todo es posible cuando, gracias a esa maravillosa y milenaria creación humana que es el lenguaje, logramos entendernos. Porque las palabras son un elemento socializador más poderoso que las armas y que el dinero. Por eso, cuando se escribe, cuando se habla con un paciente, es muy importante cuidar la forma, sobre todo cuando de su salud se trata.

 

Finalmente, comparto en toda su extensión y profundidad una frase de Juan Luis Cebrián, un madrileño Miembro de la Real Academia Española, quien sostiene que una lengua común es una historia común, una cultura, unos orígenes y un destino comunes. Y un instrumento incalculablemente valioso para fomentar la comprensión y el entendimiento mutuo, el desarrollo intelectual y el progreso científico, única forma de liberar a los pueblos de la opresión, la miseria y la ignorancia.³ En eso creo.

 

Referencias

 

  1. Petr Charvát, Mesopotamia Before History, Routlege, Londres, 2002.

  2. Pedro Isaac Barreiro. Discurso de presentación del Volumen II de Escritos médicos contemporáneos. Quito, 2018

  3. Fernando Delgado, Alimento de loros. Grupo Santillana. Madrid,2003


 

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