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Carola Alvarado H.

Actualizado: 1 oct 2020





Carola Alvarado H.

Master en Psicoanálisis con mención en Educación.

Fundadora del Centro de apoyo psicológico CAPSE.








El denominado TDAH (Trastorno con déficit de atención e hiperactividad) como etiqueta diagnóstica acompañada de medicación ha proliferado en esta época. En 1937 Charles Bradley describe un síndrome que mezcla trastornos de atención, hiperactividad e inestabilidad emocional que atribuye a una posible Lesión Cerebral y pone en evidencia un medicamento que mejora el síndrome, la anfetamina. En 1947 Strauss y Lethinen bautizan este síndrome como Lesión Cerebral Mínima (LCM) y añaden desórdenes cognitivos e inadaptación escolar. Las críticas frente a la dificultad de localización de la lesión, la transforman en Disfunción Cerebral Mínima, en el año de 1962 (Oxford International Study Group on Child Neurology). En 1980 el manual del DSM III realiza un listado precisando los términos que lo caracterizan y el uso del metilfenidato para su tratamiento. Este recorrido desde el paradigma médico, durante estos años acompaña un proceso de desubjetivización del sufrimiento y el silenciamiento del malestar.

Es importante recordar que la fenomenología clínica de la hiperactividad puede detectarse en todas las estructuras psíquicas: neurosis, psicosis, perversión; así como en ciertas contingencias de la historia vital como los duelos, migraciones, abuso sexual, etc.

En la época actual con el declive de la autoridad, los padres y los docentes presentan una seria dificultad para ejercer su función educativa. Se podría pensar en la hiperactividad como una manifestación actual de la des-regularización de los cuerpos. Desde la tradición, la autoridad reconocida de los padres y los maestros que implantaban una disciplina con normas y reglas a seguir, con los ideales como referentes: ser como el padre, llegar a tener una posición social mejor, es decir, garantizarse un futuro, a través de la disciplina, el ideal del esfuerzo y del ejercitamiento físico, anudaban la palabra y el cuerpo. Hoy vemos como la sociedad de consumo suscita otros ideales en la búsqueda del éxito y la felicidad, promoviendo el goce sin límites, la satisfacción inmediata de la pulsión. La Ley ha decaído, dejando a la pulsión libre y la primacía de lo pulsional como la nueva economía psíquica.

La instauración del principio de realidad corresponde a una serie de adaptaciones que debe realizar el aparato psíquico: desarrollo de las funciones conscientes, atención, juicio, memoria, el nacimiento del pensamiento. La descarga motriz se sustituye por una acción encaminada a lograr una transformación apropiada de la realidad. El principio de realidad promueve la obtención de satisfacciones relacionadas con el entorno; en tanto el principio de placer sigue funcionando según las leyes del inconsciente. (Freud 1920).

La desregularización del cuerpo del niño a consecuencia de la falta de un límite en lo pulsional, de algo que lo norme, se expresa en comportamientos impulsivos, irruptivos, descontrolados y se anulan el pensamiento y la espera como una función psicológica primordial (Lacan 1972). La categorización de estos niños como hiperactivos, además de eliminar su singularidad elimina su responsabilidad ya que sus actos pasarían a ser responsabilidad de su trastorno.

Los niños, a través de la agitación de su cuerpo, hablan de su posicionamiento en relación al otro, puede ser una posición de fijación a una demanda, puede ser de rechazo, de desatención, de prisa, etc. es una manera de hablar poniendo el cuerpo, están en lo pulsional que desborda a todos. Los padres cada vez más ausentes acercan a estos niños al cuerpo de las madres. Se trata quizás de una excitación fálico motora, dirigida a los otros, en especial a la madre, de manera que los excede y los torna impotentes. La madre teleguía su deseo, anticipa su deseo, él actúa lo que la madre desea; se podría hablar de una complicidad erotizada madre-hijo, sin otro que triangule y logre el niño posicionarse como sujeto deseante. Hay que librar ese cuerpo del niño del cuerpo de la madre, para que descubra que su cuerpo es otro, distinto; hacer un corte, hacer un tercero para que se genere el espacio que le permita entrar en lo imaginario y poco a poco autorizarse a pensar, a entrar en el simbólico, en el lenguaje.

La medicación en la infancia o en la edad adulta no es un problema en sí mismo, podría constituirse en una herramienta a utilizar, el problema es cuando la medicación se convierte en un fin y se pierde de vista la subjetividad, en algunos casos la medicación es imprescindible. Un buen uso de la medicación implica saber qué efectos subjetivos tiene para cada niño, lo que representa para cada sujeto (Ubieto, 2004).

Referencias

  • American Psychiatric Association. (1980). DSM-III. Diagnostic and Statistical manual of Mental Disorders. (Third Edition).

  • Bradley, C. (1937). “The behavior of children receiving Benzedrine.” American Journal.

  • Bradley, C y Bowen, M. (1941). “Amphetamine (Benzedrine) therapy of children’s behavior disorders. American Journal of Orthopsychiatry.

  • Freud, S. (1920). “Más allá del principio de placer”. En: Obras Completas, Vol. XVIII. Buenos Aires: Amorrortu.

  • Strauss, A., y Lehtinen, L.S., (1947). “Psychopathology and Education of the Brain-Injured child”. New York. Grune and Stratton.

  • Lacan, J. (1972). “El tiempo lógico y el aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo Sofisma”. En: Escritos I. México. Siglo XXI.

  • Mackeith, R., y Bax M., (1968). “Minimal Cerebral Dysfunction: Papers from the International Study Group Held at Oxford, September, 1962.”, Spastics International Medical Publications.

  • Ubieto, J. R. (2013). “Clínica de la Infancia y Adolescencia”. Barcelona: IAEU

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